miércoles, noviembre 30, 2005

De los males, el mejor

El 28 fue el cumpleaños 29 de mi esposo, estuve contenta. Ese día era mi primera consulta con la psiquiatra y me la difirieron hasta el 6 de diciembre. Contaré ahora la peor estupidez de mi vida. No la cometí en mi vida adulta, pero sus consecuencias fueron el merecido castigo a un deseo malsano de trasgresión a la naturaleza.¿quién me creía yo para hacer semejante cosa?
A los 9 o 10 años, vivía con mi abuela, cinco tíos y veía muy poco a mi mamá, casi nada. Mi hermana andaba en andadera. Me gustaban los animales y teníamos en la casa una perra alaskan malamute enorme,de esas que jalan trineos, que poseía, entre sus muchas virtudes, el poder de destripar y asesinar gatos a destajo. Yo traía gatos callejeros a la casa, mas la perra era inteligente: sabía que eran míos y no les hacía nada. Los toleraba.
Mis afanes conciliadores eran temerarios. Ví una gran caja de cartón, como de una televisión o lavadora. Calculé el paraíso de fraternidad animal dentro de ella. Metí a la muy noble y asesina perra. Luego entré yo con el gato. Luego no recuerdo exactamente qué pasó, no recuerdo si los insté a ser buenos y darse un besito.Yo era la magnífica sacerdotisa que oficiaba amor dentro de esa caja de cartón. Pero el gato se puso nervioso, comenzó a crisparse. La perra enseñó los dientes en una mueca feroz. Yo no pude salir y todo fué rasguños, gruñidos, y mordidas dentro de la caja. No se rían, cabrones, ¡esto es difícil para mí!
Salí desgreñada y herida entre una nube de pelos y hedor a babas de perro. Mi orgullo estaba hecho pedazos, y no se lo conté a nadie. Creo que hasta ahora, no lo había dicho a nadie. Desde entonces, no creo en paraísos. Por eso no les creo a los Testigos de Jehová que en el paraíso conviviremos felices entre animales salvajes, acariciando tigres y dejando que mis hijas se monten en ellos y les piquen los ojos. No. No señores y quien se lo crea, merece que lo metan dentro de una caja con esos animales dentro.
Mi segundo error más grande fué salir a las calles de Tacátzcuaro a las seis de la tarde con lentes oscuros y ver cómo todos los naturales del lugar se reían cuando me rompí la jeta en el empedrado. Yo era la chica citadina y fashion del pueblucho, mi fama quedó destrozada.

Comments:
ja! y pueblo chico infierno grande...en Coalcoman igual, todo se sabe...
 
juaz, ahora si me tuve que desbaratar de risa
 
JAjajaja!, hacía mucho que no me reía tanto Wendy. Estoy muy bajo de pilas emocionales en estos días y me metí a bobear a los blogs que suelo visistar, gatsra el rato, y hacía mucho que no me reía solo. Que buena anécdota y que bien la cuentas.
Me regresaste un poco de buen humor.....no abandondes esto porque haces mucha falta.
 
Si Wendy yo no quiero ir a eso que llaman cielo, nellll vamonos al infierno ahi donde están coje que coje. ahí donde el alcohol seguirá en cantidades industriales. Con el mero mero señor del mal que nos cobijará y nos hará dos que tres maldades, bueno bueno si ojetadas pero ya ni paper nosotros no lo buscamos y de todas formas como ya estoy bien pinche feo me vale madre como vaya a quedar.
 
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