jueves, octubre 28, 2004

SPM

A pesar de las nuevas posibilidades que puede brindarme el nuevo año, persisten en mí las dudas. En la burocracia todo apesta y necesito nuevos aires, quisiera retomar mi vida estudiando historia y titulándome. Con el paso del tiempo, siento que mis neuronas mueren. El trajín diario de mis niñas, el trabajo rutinario, la clase que saco apenas y la sensación de que la semana pasa muy rápido me acompañan siempre. Decía Fito Páez que uno no pierde el tiempo, el tiempo es quien te pierde. Siempre en contra, siempre contra cualquier valoración, el tiempo es lo más importante, y yo casi ya no recuerdo mis tiempos en la facultad, los añoro, añoro no cargar con el fardo de la familia, de las obligaciones, de la libertad que da ser una improductiva. Quiero sentir que la felicidad realmente es posible, que la gran institución en la que se funda la sociedad no acabará conmigo, con lo que siempre soñé, abandonando luego por andar detrás de la cúspide de los ardores adolescentes: el novio.
La felicidad –me dijeron–es asunto de poetas ebrios.Útil sólo para cabalgar la Luna.
Escóndete tras la puerta, me dijeron.No cruces la línea que separa al ahorcado de su mediodía.Huye del espejo y sus engaños,únete a una legión de imágenes promotoras de la ausencia.
Trágate tu amor al prójimoy sus dinosaurios descalzos.Esas utopías ya no las compra nadie.
Si descubres un vuelo de monarcas coloridas dales la espalda, no escuches su caricia en el aire ni el escándalo de sus alas encendidas.Ama la sombra y sigue sus instrucciones,protégete en su círculo de las tentacionesque la luz produce.
Súmate a la sagrada ley de lo que no se mueve,eso es lo que perdura.
Todo esto me dijeron.Pero mi desnudez no tenía bolsillos.Tampoco una memoria para el llanto.He seguido la ruta de las aguas en su afán de mar y de horizonte.Y no puedo detenerme todavía.
Este poema es de Consuelo Tomás Fitzgerald, Panameña.

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