Zegma

Cuando llegué a mi casa con mis hijas (sólo por no dejar, claro, no porque esté loca) comencé a llamar al gato, y oí un ahogado "miau" casi imperceptible. El cabrón estaba debajo de una cama de mis hijas (juro que busqué ahí, lo juro) y estaba tan aterrado que no había salido ni a miar, ni a comer, ni nada de nada porque su casa olía y se veía rara. Me puse muy contenta y luego lo ahorqué, por supuesto. No sé cómo pude pensar que podía salirse y andar con la pandilla del mercado, si no es más que un maricón, obeso de departamento que se muere de miedo dos días por una mudanza. Su único amor soy yo, su gorda. Es muy pendejo el animal. Y más soy yo por hacerle caso ¡pero es que se dan a querer los cabrones! ¡no me encariño con gatos así como así, como con la gente! Muchos gatos se me han ido sin regresar. He rescatado gatos ciegos, jodidos, tullidos, mordidos por perros. He asistido partos de gatas. Soy la matapulgas más rápida de Michoacán y sistemas solares aledaños. Cuando tenía nueve años pasé un siamés de contrabando en un vuelo a Mérida y allá me abandonó el hideputa por una gata maya...yo que me arriesgué, con mi mamá embarazada de mi hermana. Claro que toda la tarde de ayer fué de romance con mi animal, quien acabó de reconocer mediante husmeos el nuevo mobiliario y listo, tan fregón, maullador, tragón y cagón como siempre.