lunes, junio 20, 2005

Cortando cabezas y juntando corazones


A Rodolfo Guzmán Huerta El Santo, los polleros y el centro.

No me puedo quejar. La vida me ha tratado bien, nunca he tenido inconvenientes, lo fea que soy me ayudó a trascender los estrechos límites de la feminidad. Me salvó de peligros. En San Juan no me quisieron desde siempre, era muy fea para ser monaguillo, para pertenecer a la corte de niños de la iglesia, de adolescente pensaban que era un joto por mi cuerpo cuadrado, mi color moreno subido y mi cabello lacio de aguacero, que preferí cortado como el de un hombre. Llegué a los 22 sin pretendientes, de familia pobre. En un pueblucho, estaba quedada y mi único camino era trabajar en la cuidad. Me fui al DF y trabajaba en la calle de López, donde se abastece todo el pollo muerto del centro de la cuidad. Nada pesado. Ganaba poco por levantarme a las cuatro de la mañana, recibir con mis compañeros los tráilers con los pollos congelados, sacarlos de entre el hielo con botas de hule negro hasta las rodillas y guantes, e inmediatamente comenzar a destazarlos: Cortar cabezas, patas, meter la mano en el agujero de la cola y de un solo jalón, sacar las vísceras. La jornada comenzaba con música a todo volumen (de Chente, Pedrito o Javier Solís) y acaba igual a las seis de la tarde, todo el tiempo restante se iba en limpiar las aguas turbias y los olores nauseabundos. Luego, a dormir en una cama fría en la trastienda, a espaldas de los refrigeradores. Lo bueno venía en las noches de los viernes. Primero no quise ir, por miedo a que me cayera un tipo encima, pero luego, me aburría. -Vamos Rosa, me dijeron, no seas aguada. Así que fui y me gustó. Me gustó la energía, la agilidad, el que fueran feos y morenos como yo, la necesidad de por un momento, ser capaz de alterar el curso de la miseria y sentirse mítico héroe con capa y máscara, lentejuelas, alzar los brazos triunfante entre vítores, chiflidos y gritos, un rato alargado por la memoria a la vida entera, el momento ceremonial...una vez me cayó El perro Aguayo encima y me sentí embarrada por la mano de algo grande, ese fue mi bautizo. Al salir de la Arena México, flotaba yo muy lejos de ahí.
-¿Qué trais joto? me dijo la ternura de mis compañeros.
-Voy a ser luchadora
-No mames, ya se nos piró. ¿Qué te metistes?
-Nada, los gimnasios están cerca ¿no? Están por aquí y la merced.
-Sí, da clases, la vieja estaaaa,- Rigo hizo un intento por recordar- la Lady Apache, pero no tienes tiempo, nos tienes que hacer de comer...
- Háganse un sanguis, que. Mientras ustedes se ponen pedos, me voy a una clase diaria.

Y me fui, me metí al Villalobos porque era el más barato. Me cansaba un chingo, el puro calentamiento me dejaba para el arrastre. Conocí a varios, todos soezotes y vulgares, pero con muchas ganas de salir adelante, todos adictos a la cerveza y los tacos, los invitaba a comer y me desfalcaban. Y seguía yendo a las luchas y ahí vi por primera vez al Místico. Ágil y elegante, sus lances parecían un clavado recto y armónico, bronce líquido escurría de su espalda y su máscara era blanca, muy parecida a la del Santo. Héctor Garza (un buenón de Monterrey) le ponía tremenda zapatiza y finalmente, le ganó. Me enteré de dónde entrenaba el Místico, pero me quedaba lejos, hasta la Merced. Me enteré de que él había sido un niño recogido en el albergue de Fray Tormenta (un sacerdote-luchador que ayuda a niños de la calle) y que vivía ahí, que todo su dinero era para ese lugar. Más me gustó, más curiosidad que nunca por conocerlo en un entrenamiento. Lo seguí en sus luchas hasta donde podía. En algún momento temí que me reconociera y que pensara que yo era una loca y no era así, yo sólo quería verlo ¿me entiendes? Sólo estar cerca y ya. Por ese entonces, luego de tres años de entrenamiento, fui con maestro y sinodales a presentar mi examen ante de la Comisión de Box y Lucha del DF para luchar como amateur. Me diseñé mi máscara, mis colores y mi traje, que me hicieron en la colonia doctores. El nombre fue sencillo, me llamo Rosa Torbellina Guardado Sánchez, pues me puse Lady Torbellina.Daba mis luchas en lugares de mala muerte y era maestra de tres niños de Fray Tormenta, pero nunca vi aparecerse al Místico. Un día me andaba paseando por la merced, lo vi en un entrenamiento, salí y me asaltaron. Salió el Místico de no sé dónde vestido con un pants y me defendió de una manera singular, le chifló al ratero y le dijo
-¡Chicarcas, ven a acá hijo de tu chingada madre! Es banda, güey, si ella te alcanza la parte. ¿Verdá Rosita?
-(¡Me conoce, me conoce! ¡Ay!) Sí Mistiquito, gracias.
El amigo ratero regresó, me pidió disculpas y me devolvió mi dinero, mis tenis y mi bolsa.
-Pa la próxima, Chicarcas, cajón y flores, pendejo.-le dijo sentencioso
En agradecimiento, Lo invité a bailar con los sonideros. (Luchaba mejor de lo que bailaba.) Me veía con mucho respeto y lejanía, le dije ¿nos echamos una lucha amistosa?
- No Rosita, ¿cómo cree? Usté es una damita, yo no puedo...
- Nada de eso, ni que no te diera el ancho, te la parto, así como me ves.
Y se la partí. Y aproveché para tenerlo cerca, para hacerlo jadear y sudar aunque sea en el suelo y me aplicara puras llaves. Me hice su mejor amiga, aguanté vara que tuviera otras novias y hasta consejos le daba, pero ya no quería estar así. Si es cuete que truene ¿no? Y si no pues a otra cosa. Una vez que perdí hasta la cabellera, junté dinero y me lo llevé a Acapulco. Yo andaba media pelona, más fea que nunca. Nadamos en el mar y lo abracé mientras lloraba, aprovechando el agua sobre mi cara. Él estaba precioso como siempre y tragaba en los restaurantes como huérfano. Me contó su vida, el maltrato, lo que para él significaba el deporte - Es chido que te paguen por poner madrizas, ahora que si me las ponen a mí, pues mi mamá me madreaba desde chiquito, ya estoy acostumbrado, Rosita -y el albergue. Ese día nos emborrachamos con unas cervezas y tuve con él mi primera vez , entre llaves mal aplicadas y movimientos certeros en la zona precisa y en todas las demás también. Sólo borracho podía con una mujer tan fea, creí entonces. Al otro día, no estaba muy asustado que digamos, sería la cruda, así que le dije que me diera una oportunidad. Y algo habré hecho bien, porque me la sigue dando, y me la da mejor entre las cuatro esquinas, la oportunidad, ¿eh? No otra cosa.

Comments:
Ja! Que buena historia la de Rosa.
Aqui pasan las luchas de Mexico los sabados a las 4. Mi esposo le va a Virus y yo a Mistico.
 
Vic, pensé que no las pasaban allá, qué bueno. Son mucho-muy-harto mejores que las gringas.
Los luchadores andan por mi barrio y son la créme de la créme chilanga.
 
jajaja, esta muy divertido, sobre todo ese fray tormenta, debe ser lo maximo. El final esta un poco confuso, pero me encanta. La parte donde le cae el perro aguayo y siente como si fuera tocada por la mano del señor es magnifica. =)
 
Me gusta muchisimo leer historias así. La historia es triste, y no. Historias urbanas de la bellisima ciudad de México, donde hay de todo.
 
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