martes, mayo 17, 2005

Vida pasada por agua



Siempre he pensado que la mejor manera de morir es ahogada en el mar. Nadaba muy bien (sé todos los estilos) y recuerdo alejarme nadando de la orilla, más y más peligrosamente, hasta que los gritos de mi mamá y el sentir el agua fría y oscura me detenían ¿han nadado en el mar abierto? Es placer y desesperación, es sentirse un punto en el espacio, una pequeña partícula, una enorme masa que nunca podrás dominar, sólo puedes flotar y sobrellevar. No ves más allá de dos metros, y para qué, no es necesario. No hay más, solo la esperanza cierta del dejarse ir.
Regresaba entonces, dejaba de ver esas enormes masas acuosas subir y bajar en vaivén, dejaba ese vals adormecedor y volvía donde las pelotitas de colores, los niños escandalosos (todavía no me casaba) los bronceadores y los gritos, las trencitas de colores, las botanas, los trajes de baño estrambóticos. No me gustaban los trajes de escote pronunciado, porque nadaba tan rápido que se me salían las tetas. Odiaba eso.
Siempre quería nadar, de noche, de día y donde fuera.
No me importaba ni mi bronquitis asmatiforme, ni que mi abuela me dijera que en la higuera se había muerto una tipa ahogada, que luego de ciertas horas me saldrían escamas y que si se me penetraba un ajolote, simillina mulieribus, quedaría embarazada. En el borde del enorme hueco de la higuera me desvestía, en Michoacán no hay nadie que te espíe, así que puedes perderte y sumergirte...palpar las piedras enlamadas, la piel de un animal de bestiario medieval agazapado en la lagunita. Ver mi piel blanca como la leche en el abismo negro del agua. Y sentir un pavor que recorre tu cuerpo, como un relámpago de nefando placer. Sonríes. Boca arriba subes los pies, separas los brazos y piernas, sólo dejando la nariz afuera y ya está. Una comunión perfecta con el medio. Recuerdo los rayos del sol perforando la fronda de aquél árbol enorme. No oír nada, sólo ruidos acuáticos, el choque de las olas mínimas contra tu cara, los senos emergiendo como enormes boyas, los pezones rosados al aire, erectos por el frío...perfecto. Canturreas algo. Nada, nada sería mejor que ese estado contemplativo. Y contar uno, dos y tres, hundir la cara. Ensayar, sí, uno, dos y tres. La horrorosa desesperación del ahogo hace perder la compostura y toser, pero se puede domesticar al instinto, perseverar en la porfía.
Espero volver al agua, volver pronto.

Comments:
Estas madres michoacanas, no inventes,mis tias igual:"ay no te metas a las albercas porque la amiga de X se embarazo ahi",ajaaaaa! Y ellas que se la creen.
Wendy, un abrazote desde Canada, me encanta lo que escribes y como lo escribes.
 
A mi tambien me encanta nadar, sobre todo porque recuero en particular una vez que fui a Acapulco de pequeño, y nos llevaron a nadar en mar abierto, fue bastante revelador, ya te contare. saludos
 
A mi no me gusta nadar en nada que no sea alberca. Me causa mucha angustia no saber que es lo que te puedas encontrar en el mar o en un rio. Una vez en el mar estaba "nadando" y algo me paso cerca de los pies. De la desesperacion por salir rapido casi me ahogo.
Una mas de mis fijaciones.
 
Aquí la otra Raquel, la que no está en canadá (pero me encantaría). Muchísimos saludos y nos miramos al rato....
 
Una vez que nadé en mar abierto sentí lo que describes Wendy, te sientes mínimo en el espacio, indefenso, pero a la vez, te llama a seguir nadando porque es una experiencia única.
A mi también me encanta lo que platicas y cómo lo platicas :)
 
Es padrísimo que les encante nadar. Ahora no me siento tan mal por hacer ensayos suicidas en el agua.
Un buen día sí que se me hace...
 
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