lunes, marzo 28, 2005

Usurpar mi nombre y honrarse con mis pensamientos: el Quijote apócrifo.

Vean ahora mi faceta cómico - cultural o cómo estoy forzando las cosas para que quepan dentro del estrechito y cuadradito mundo jurídico del derecho de autor. Faltan las correcciones del editor, pero qué mas da...
Una práctica más o menos constante dentro de la literatura del Siglo de Oro español, era la factura de segundas partes apócrifas, dependiendo del éxito de la publicación primigenia. La proliferación de este tipo de obras derivadas era tan común que incluso aparecían con el nombre del autor, piénsese en La hija de la Celestina o la ingeniosa Helena, de Jerónimo de Salas Barbadillo, El Lazarillo de Manzanares, de Juan Cortés de Tolosa, la Segunda parte del Lazarillo de Tormes, tomado de las Crónicas de Toledo. Esta “costumbre” a ojos de la ley de propiedad intelectual actual, constituye un verdadero plagio por obra derivada sin autorización.

Estas frecuentes refundiciones de una obra acabada revelan la acepción que la sociedad tenía de una obra de arte, la cual era vista más que nada como una cuestión artesanal, en la que podían participar varias personas, varios poetas, varias obras y hacer una obra nueva con retazos de otras, etc. En sí, la obra de arte era mero pretexto para gestar nuevas obras de creación. Para esta sociedad, la creatividad no se originaba en el vacío de una originalidad total, sino también a partir de obras que merecieran seguir viviendo, muy independientemente del autor, lo que importaba era la tradición y todo elemento inserto en ella, fuera nuevo o ancestral, era susceptible de re-crearse, reelaborarse y encontrar la manera de verter “vino viejo en odres nuevos”. Bajo este esquema, no era raro encontrar francos plagios o variaciones sobre un mismo de tema, grecolatino, divino o profano: Romeo y Julieta de Shakespeare es una refundición de la fábula de Píramo y Tisbe, contenida en las Metamorfosis del poeta romano Ovidio que a su vez es una refundición de un antiguo cuento babilónico.

En ese momento, el plagio era un verdadero motor de la creatividad, de hecho, en las escuelas de Artes la copia fiel era un indicio y prueba más que contundente de la comprensión de los alumnos, por medio del dominio de los recursos del maestro. No se buscaba todavía, la originalidad lírica del autor, ni se valoraba la novedad de asuntos sino la manera de tratarlos, de acuerdo a la tradición y a las normas establecidas para que alguna obra fuera considerada una obra de arte.
Después de la publicación de la primera parte del Quijote en 1605 surgió un éxito impresionante del que el mismo Cervantes se sorprendió. Se dice que el público exigía una secuela en la que según Cervantes, trabajaba ( a pesar de que Don Quijote ya estaba muerto y hasta con epitafio). Pero ese no era un problema que un escritor no pudiera vencer para satisfacer al gran público...nueve años después apareció la versión apócrifa, inesperada. En el prólogo al libro Nuevas andanzas del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha publicado en Tarragona, del licenciado Alfonso Fernández de Avellaneda, se nos informa que “es un segundo tomo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, que contiene su tercera salida y es la quinta parte de sus aventuras”.
Asimismo, el mismo plagiario nos informa cuáles fueron los motivos para escribir su obra, y de paso insulta a Cervantes: Avellaneda buscaba dinero y popularidad. Acaso lo que haya que agradecerle al buen Don Alfonso, sea su sinceridad, la cual escasea en autores de obras publicadas actualmente con igualdad de propósitos. El caso es que ni el libro apócrifo ni su piratesco e interesado autor merecieron la popularidad y éxito del originario, mucho menos luego de que en 1615 se publicó la segunda parte de Cervantes, la cual fue nuevamente todo un best seller.

Al parecer, por las conjeturas que podemos aventurar, Cervantes escribió la secuela del Quijote fueron por un lado las exigencias del público, y el otro, la publicación de la obra apócrifa y el daño a su patrimonio moral, pues la obra de Avellaneda, además de insultarlo, desvirtuaba el ideal quijotesco, haciendo desmerecer al entrañable personaje cervantino. Con la segunda parte, Cervantes se consolidaba como el primero y el único, y blandía así una batalla autoral con las armas más propias de un escritor: la pluma y el ingenio.
Toda esta batalla de reivindicación- si es que lo era en esos tiempos- hubiera resultado perfecta, de no ser porque Cervantes validó la secuela apócrifa, integrando a su segunda parte a un personaje de Avellaneda, Don Alvaro Tarfe, en el capítulo LXXII, cuando se encuentran en un mesón Don Quijote y Sancho con el tal Don Álvaro. Cervantes da un giro de tuerca impresionante en el espacio de ficción, al aclarar que hay un Quijote, un Sancho y dos impostores y apropiándose del personaje de Don Álvaro, cuando éste se desentiende de su autor, para ser ahora obra de Cervantes. Eso sí, todo fue libre elección de los personajes, y Don Álvaro decide por tener la evidencia a los ojos:

Don Quijote:- Sin duda alguna pienso que vuestra merced debe ser aquel don Álvaro Tarfe que anda impreso en la segunda parte de la historia de Don Quijote de la Mancha, recién impresa y dada a la luz del mundo por un autor moderno.
Don Álvaro:-El mismo soy- respondió el caballero- y el tal Don Quijote, sujeto principal de la tal historia, fue grandísimo amigo mío, y yo fui el que le sacó de su tierra o al menos, le moví a que viniese a unas justas que se hacían en Zaragoza, adonde yo iba; y en verdad que le hice muchas amistades, y que le quité de que no le palmease las espaldas el verdugo, por ser demasiadamente atrevido.
Don Quijote:- Y , dígame vuestra merced, señor Don Álvaro, ¿parezco yo en algo a ese tal don Quijote que vuestra merced dice?
Don Alvaro: - No por cierto- respondió el huésped-: en ninguna manera
Don Quijote: - Y ese don Quijote – , dijo el nuestro ¿traía consigo a un escudero llamado Sancho Panza?
Don Alvaro:- Sí traía- respondió Don Álvaro-; y aunque tenía fama de ser muy gracioso, nunca le oí decir gracia que la tuviese.
Don Quijote: ...Finalmente, Señor Don Álvaro Tarfe, yo soy don Quijote de la Mancha, el mismo que dice la fama, y no ese desventurado que ha querido usurpar mi nombre y honrarse con mis pensamientos. A vuestra merced suplico, por lo que debe a ser caballero, sea servido de hacer una declaración ante el alcalde de este lugar, de que vuestra merced no me ha visto en todos los días de su vida hasta agora, y de que yo no soy el don Quijote impreso en la segunda parte, ni este Sancho Panza mi escudero es aquél que vuestra merced conoció.
Don Álvaro: -Eso haré yo de muy buena gana- respondió Don Álvaro, puesto que cause admiración ver dos don Quijotes y dos Sanchos a un mismo tiempo, tan conformes en los nombres como diferentes en la acciones: y vuelvo a decir y me afirmo que no he visto lo que he visto, ni ha pasado por mí lo que ha pasado.
... Llegóse en esto la hora de comer; comieron juntos don Quijote y don Álvaro. Entró acaso el alcalde del pueblo en el mesón, con un escribano, ante el cual alcalde pidió Don Quijote, por una petición, de que a su derecho convenía de que Don Alvaro Tarfe, aquél caballero que estaba allí presente, y que no era aquél que andaba impreso en una historia intitulada Segunda parte de Don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas. Finalmente el alcalde proveyó jurídicamente; la declaración se hizo con todas las fuerzas que en tales casos debían hacerse, con lo que quedaron don Quijote y Sancho muy alegres, como si les importara mucho semejante declaración y no mostrara claro la diferencia de los dos Quijotes y la de los dos Sanchos sus obras y sus palabras. Muchas de sus cortesías y ofrecimientos pasaron entre don Álvaro y don Quijote, en las cuales mostró el gran manchego su discreción, de modo que desengañó a Don Alvaro Tarfe del error en que estaba; el cual se dio a entender que debía de estar encantado, pues tocó con la mano dos tan contrarios dos Quijotes...

Así, en un capítulo de la secuela, se estableció un pacto de caballeros entre los personajes de ficción, tan ajenos a batallas autorales. Recurren a la autoridad, pero se burlan al mismo tiempo de ella, con el como si les importara semejante declaración. Así era como se defendía el derecho de autor en aquel entonces: con la pluma y el ingenio, en la ficción, porque ahí era donde se habían hecho los agravios. Y luego del capítulo aclaratorio, y el encuentro de ficciones, reducido a un malentendido nomás, tornado agradable acuerdo entre los personajes que deciden a qué obra y autor quieren pertenecer, pues a otra cosa mariposa...

Comments:
Hola,saludos desde Ecuador, muy interesante el tema que tratas y tu blog. Bueno deseo que me ayudes con algo si no es molestia, mira,necesito saber si la "fábula de Píramo y Tisbe" es anterior a "Romeo y Julieta", estaba seguro que estaban en ese orden, pero acabo de leer que se le adjudica a Góngora la fábula que te menciono, dato que contradice la información que yo poseía y que extraje de un libro de cosmogonía y cosas así de la cultura greco-romana. Ayúdame a aclarar esto por favor, publicaré como anónimo pero te dejo mi mail para que por favor me respondas.
beheadmartyr@hotmail.com
muchas gracias
 
Ah, pues ya salió mi dir de blogger, jeje, por fa respóndeme y bueno, gracias y...acabas de romper un mito...ya te diré por qué...
gracias de nuevo.
 
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