viernes, julio 09, 2010
Passé
Pasan los años y sigo arrastrando taras que verdaderamente no entiendo. Nunca entenderé, por ejemplo, mi incapacidad crónica para ser feliz o ser más o menos complaciente entre cómo soy y cómo quisiera, debería ser. Siempre, me lleva la... siempre, sintiéndome poco, muy poco...y al mismo tiempo, sintiendo que nadie percibe lo que yo, que por mucho que lo comparta, nunca será visto, sentido, como yo lo veo. Y que sólo por eso, vale la pena estar viva.
Una de mis cuñadas, la que es psicóloga (y vaya que son una especie ladrona de la paz interior) dice que esto es característico de una personalidad egodistónica. Lindo nombre.
Mis modos de buscar paz son bastante ortodoxos, pero no cuajan. Se me ocurre, por ejemplo, rezar. Pero nunca lo hago. Tuve mis instantes ascetas en la infancia, no tenía ni nueve años y rezaba con verdadero fervor. Hace poco se enfermó mi abuela y me asusté, sólo he rezado con mis abuelas y parecía que ese cable se rompería, para siempre. Asustada y todo, tampoco pude rezar. Y cuando entro en una iglesia, me dan unas ganas de llorar que son un pavor, me bloqueo y entre moqueada y moqueada, no se puede orar. No se puede, no se puede y quien me viera, pensaría esta gorda está inconsolable, pero no es así, estoy furiosa.
Quisiera calmarme, encontrar paz y lo que sucede es que, estoy trabada, no puedo. Y me siento tonta, muy tonta.
A la edad que tengo, puedo aceptar muchas cosas: que ya no tengo mi atractivo proverbial, que vivo con la hermana pobreza, que mi salud se ha mermado, que nunca acabaré con las cucarachas, que para mis hijas soy anacrónica y lo que venga, pero creí que estas inseguridades ya eran cosa de la adolescencia, passé. Que todo lo ido, se compensaba con la paz, ecuanimidad y sensatez que vendría. Que llegaría, como dice mi mamá a la edad de dar consejo. Y nada, que nomás no viene nada de eso.
Me da hueva cargar con esto. Me da flojera hasta escribir de ello. Pero está presente, está. Me duermo y lo ignoro, y regresa. Un día o un mes, y regresa. Y me defiendo con lo que tengo, y regresa.
Una de mis cuñadas, la que es psicóloga (y vaya que son una especie ladrona de la paz interior) dice que esto es característico de una personalidad egodistónica. Lindo nombre.
Mis modos de buscar paz son bastante ortodoxos, pero no cuajan. Se me ocurre, por ejemplo, rezar. Pero nunca lo hago. Tuve mis instantes ascetas en la infancia, no tenía ni nueve años y rezaba con verdadero fervor. Hace poco se enfermó mi abuela y me asusté, sólo he rezado con mis abuelas y parecía que ese cable se rompería, para siempre. Asustada y todo, tampoco pude rezar. Y cuando entro en una iglesia, me dan unas ganas de llorar que son un pavor, me bloqueo y entre moqueada y moqueada, no se puede orar. No se puede, no se puede y quien me viera, pensaría esta gorda está inconsolable, pero no es así, estoy furiosa.
Quisiera calmarme, encontrar paz y lo que sucede es que, estoy trabada, no puedo. Y me siento tonta, muy tonta.
A la edad que tengo, puedo aceptar muchas cosas: que ya no tengo mi atractivo proverbial, que vivo con la hermana pobreza, que mi salud se ha mermado, que nunca acabaré con las cucarachas, que para mis hijas soy anacrónica y lo que venga, pero creí que estas inseguridades ya eran cosa de la adolescencia, passé. Que todo lo ido, se compensaba con la paz, ecuanimidad y sensatez que vendría. Que llegaría, como dice mi mamá a la edad de dar consejo. Y nada, que nomás no viene nada de eso.
Me da hueva cargar con esto. Me da flojera hasta escribir de ello. Pero está presente, está. Me duermo y lo ignoro, y regresa. Un día o un mes, y regresa. Y me defiendo con lo que tengo, y regresa.
pero jamás permitió Dios que cayesse de su felicíssimo estado; valiéndose para ello de medios maravillosos dignos de su Omnipotencia.